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Foto del escritorCarmina Castellano

El duelo y las experiencias de pérdida

“El cielo sabe que nunca debemos estar avergonzados de nuestras lágrimas, porque son lluvia en la cegadora arena de la tierra, cubriendo nuestros duros corazones” (Charles Dickens)

 

La palabra pérdida, en su sentido más amplio, es la carencia o privación de aquello que se poseía. También se puede referir a aquella cantidad, cosa o persona que ha desaparecido. También se entiende por pérdida el daño o perjuicio experimentado en los recursos personales, materiales o simbólicos, y con los que hemos establecido un vínculo emocional. Todo cambio implica una pérdida, del mismo modo que cualquier pérdida es imposible sin un cambio. Así pues, la pérdida es omnipresente en nuestra vida.


El duelo, del latín “dolus”, significa dolor; y sería la expresión de aflicción y otros sentimientos que se generan a raíz de la pérdida. Por tanto, se trata de un proceso de elaboración de cualquier cambio irreversible, en cualquier ámbito de la vida de una persona.


¿Qué es el duelo?


El duelo no es un estado, sino un proceso natural que el doliente (la persona que sufre) atraviesa debido a una o varias pérdidas. Como proceso que es, implica la superación de una serie de fases o tareas.


Existen diversos autores que proponen diferentes modelos explicativos del duelo. Por ejemplo, según Engel (1964), el doliente pasará por tres estadios: 1) Conmoción inicial e incredulidad, 2) Conocimiento y cólera y 3) Aceptación. Davidson (1979) habla de cuatro etapas: 1) Incapacidad de sentir, 2) Búsqueda del otro y anhelo, 3) Desorientación, confusión y pérdida de referentes y 4) Reorganización. Worden (1997) formula el duelo como un proceso activo de adaptación a una realidad que ha cambiado, a partir de cuatro tareas esenciales: 1) Aceptar la realidad de la pérdida, 2) Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida, 3) Adaptarse a un medio donde el difunto está ausente, y 4) Recolocar emocionalmente al difunto y seguir viviendo. En su versión más reciente, Worden (1997) reformula la última tarea en términos de reorganización de la relación con el difunto y de volverse a implicar en otras relaciones. Kübler-Ross (1975) fue una de las primeras autoras que popularizó la adaptación emocional a la pérdida basada en la investigación sobre separación de Bowlby y hablaba de cinco fases: 1) Negación, 2) Rabia, 3) Negociación, 4) Depresión y 5) Aceptación.


Aunque los autores difieren en el número y en la denominación de las fases, en líneas generales, podemos observar que existe consenso en que las primeras etapas son de incredulidad, shock, negación o gran impacto emocional. Las fases intermedias son momentos en los que podemos encontrar una cierta desorganización emocional, cognitiva y funcional de la persona (p.e., estado de ánimo deprimido, cólera, culpabilización a uno/a mismo/a y/o a otros, etc.). Por último, suele existir una fase final de reorganización, aceptación y adaptación a la pérdida donde se normaliza el estado de ánimo y la funcionalidad de la persona doliente. Además, todos los autores están de acuerdo en que las etapas no son universales ni unívocas. Es decir, no todas las personas pasan por las mismas fases ni lo hacen en el mismo orden.


El tiempo no lo cura todo. Lo que cura son las acciones que llevamos a cabo durante ese periodo de tiempo.



¿Qué se siente durante un proceso de duelo?


Se han propuesto repertorios de fenómenos o síntomas que suelen estar presentes en un proceso de duelo normal. No obstante, es importante entender que el duelo es una vivencia plenamente íntima y subjetiva, con una historia única y un proceso individual, donde no existen reglas generales aunque pueda parecerlo.


Algunos de estos síntomas prototípicos son los siguientes:


a. Sentimientos: tristeza, rabia, irritabilidad, culpa, frustración, auto-reproches, ansiedad, estado de ánimo deprimido, sentimientos de soledad, anestesia emocional, etcétera.

b. Sensaciones físicas: pérdida de energía, debilidad muscular, fatiga, sequedad de la boca, sensación de falta de aire, u otro tipo de somatizaciones (p.e., dolores gastrointestinales, cefaleas, dolores en el pecho, etc.).

c. Cogniciones: incredulidad, confusión, dificultades de memoria, problemas atencionales, distractibilidad, preocupaciones y rumiaciones, pensamientos intrusivos e ideas obsesivas acerca de la persona fallecida, etcétera.

d. Alteraciones perceptivas: pseudoalucinaciones transitorias y con crítica (creer que se ve a la persona fallecida en todas partes, oír su voz, etc.).

e. Conductas: llorar, ingesta alterada (comer más o menos de lo normal), alteraciones en el sueño, abandono de las relaciones sociales o falta de interés por hobbies o aspectos que antes interesaban, búsqueda de compañía, “peregrinaje” (ir a los lugares a los que solía ir la persona fallecida o a los que iban conjuntamente), inquietud, etcétera.


¿Cuándo empieza y cuando acaba un duelo?


El duelo puede empezar desde el mismo momento en que una persona se hace consciente de que ha padecido o va a padecer una pérdida.

Como punto de referencia, el duelo termina cuando el doliente es capaz de pensar en el fallecido sin dolor, y ha elaborado las diferentes tareas del duelo.

El cómo se lleva a cabo el proceso de duelo dependerá en gran medida de las características de personalidad del doliente, de sus estrategias de afrontamiento, de sus experiencias de pérdida previas, y de su situación socio-psico-emocional actual así como de otros factores contextuales.

En general, se estima que un duelo puede durar de 6 meses a 3-5 años para una readaptación total. No obstante, hay autores que sugieren que “el duelo nunca acaba. Sólo que a medida que pasa el tiempo, éste irrumpe con menos frecuencia” (Bowlby, 1997).


¿Cómo saber cuándo pedir ayuda?


En general, es recomendable pedir ayuda cuando uno sienta que la necesita. Esto suele pasar cuando la persona se encuentra bloqueada; incapaz de sentir nada meses después de la pérdida, o a la inversa; cuando se siente abrumada y bloqueada por lo sucedido, presa de un sufrimiento intenso que no parece disminuir.

En concreto, sería recomendable acudir a un profesional de la salud mental cuando la persona experimente fuertes sentimientos de culpabilidad, desesperanza extrema, abatimiento severo, una agitación, ansiedad o depresión prolongada en el tiempo, rabia o cólera incontrolada o algún tipo de disfunción y malestar significativo en su día a día que incluso revista un peligro para su propia vida o la de otros.

De no pedir ayuda cuando es necesario, un proceso de duelo normal puede complicarse y acabar convirtiéndose en patológico. Dentro de este tipo de duelos complicados, encontramos: duelos crónicos (de duración excesiva), retardados (en los que la reacción emocional en el momento de la pérdida estuvo ausente o fue insuficiente), exagerados (la persona experimenta síntomas muy intensos, desbordantes, y/o conductas desadaptativas graves) o enmascarados (la persona no se da cuenta de que lo que le sucede está relacionado con la pérdida).


Resumiendo...

Un duelo por una pérdida es un proceso natural que por regla general se resuelve sólo satisfactoriamente. La duración de un duelo depende de cada individuo. No obstante, hay casos en los que este proceso puede complicarse o alargarse por diversos factores y, puede ser recomendable solicitar ayuda a un profesional de la salud mental. Esta ayuda o acompañamiento durante el proceso, servirá para hacer la pérdida más llevadera, o para mitigar el dolor o las consecuencias de éste en la vida de la persona doliente. 
Como en otros momentos de la vida las personas que sufren deben poder hablar de su dolor, o no hacerlo si eso es lo que necesitan. Además, existen toda una serie de conocimientos y estrategias que pueden ayudar a vivir el proceso de duelo con más sentido y hacer de él una herramienta para el crecimiento personal. Todo ello, puede resultar más sencillo si se elabora con el soporte de un profesional de la psicología que cuente con la formación y experiencia necesarias. 

Referencias:


  • Bowlby, J. (1997). La pérdida. El apego y la pérdida. Barcelona: Piados.

  • Davidson, A. D. (1979). Disaster. Coping with stress. A program that worked, Police Stress; 1(2): 20-22.

  • Engel, G. L. (1964). Grief and grieving. American Journal of Nursing;64;93-98.

  • Kübler-Ross, E. (1975). Sobre la muerte y los moribundos. Barcelona: Mondadori.

  • Worden, J. W. (1997). El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia. Barcelona: Piados.


Cinemateca de duelo


  • La habitación del hijo (2001). Director: Nanni Moretti.

  • Quédate a mi lado (1998). Director: Chris Columbus.

  • Morir (o no) (2000). Director: Ventura Pons.

  • My life (1993). Director: Bruce Joel Rubin.

  • Mi vida sin mí (2003). Directora: Isabel Coixet.


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